mi casa esta cerro arriba |
Mi casa está cerro arriba, cerquita del cielo…
…Y mi barrio se llama “la Esperanza”.
Mi amigo Francisco me dice, que es tal vez la forma que tenemos los pobres para acercarnos a Dios y a lo mejor de esta manera, le sea más fácil escuchar nuestras plegarias.
La fría niebla de la madrugada, se escurre por entre las sábanas, indicándonos la hora del trabajo, son las cuatro y media de la mañana y huele a café por todo el barrio, en el cuarto cercano se escucha una discusión infantil, son mis hijos que deciden (indecisos), quien será el primero en hundir sus pequeños cuerpos en las frías aguas de un pipote, mi mujer con mucha paciencia les calienta el agua como para apaciguar los escalofríos, luego corre al fogón, para darle vuelta a las arepitas dulces del desayuno y la merienda.
Al abrir la puerta, respiro profundo el aire helado y me detengo a observar la inmensa ciudad, llena aún de puntos brillantes, que se posa ante mis pies; me siento un “Moisés” portando las tablas de la esperanza con los cuales salvar a su pueblo… de pronto siento un golpecito en mis piernas y una voz pequeñita me recuerda que debo dejar los sueños en la cama o llegaremos tarde a la escuela.
Son las cinco y media y nos preparamos para nuestro “deporte extremo mañanero”: bajar los sopotocientos escalones que separan mi casa de la calle principal.
Vamos bajando y el recuerdo se me acerca, estas escaleras eran de tierra y en épocas de lluvia, a más de uno se le convirtieron en vía expresa de resbalones, porrazos y hospitales; poco a poco las fuimos reparando y al menos ahora, las aguas de lluvia corren por los bajantes.
La gente como hormiguitas van saliendo a sus quehaceres diarios y nosotros empezamos a saludarlos.
Armando, el barbero del barrio, me saluda recordándome que mis hijos tienen las greñas muy largas, y bajando apurado, me recomienda que si quiero él pasa por la casa y los afeita; Juanito, mi hijo mayor me mira dejando entrever por el medio de su gran pollina una mueca de rabia…
Veo al Sr. Domingo, latonero de una compañía de autobuses, constructor de viviendas y hacedor de cosas con madera; él y el Sr. Perdomo que es maestro de obras y albañil, ayudaron a construir nuestras casas.
Seguimos bajando y me paro, para comprar mis cigarrillos diarios, en la bodeguita del Sr. Moreno, mis hijos me miran como recordándome la “palabra prometida” de dejar de fumar, les enseño los “tres” que acabo de comprar y les recuerdo que fue el compromiso aceptado… Pedrito el menor, me guiña un ojo con picardía.
Este Sr. Moreno (nunca lo llamamos por su nombre) es un hombre de tez oscura, martiniqueño, de mediana estatura, se dice que trabajó en las petroleras y con sus prestaciones compró esta casita y la trasformo en “bodega”, todos lo respetamos y no es raro escuchar a la gente “Moreno, anótalo en mi cuenta”; cuando mando a mi hijo mayor a pagar el “fiao”, siempre le da su “ñapa”.
Me detengo en el primer cruce y doblo a la izquierda, dos casas mas y está mi madre barriendo la entrada de su casita, ¡Bendición! gritamos a coro y mis hijos corren a donde su abuela, ella firme los espera aguantando el empujón; a veces siento temor de que la tumben, he intentado regañarlos pero mi madre no me lo permite; mientras tanto sendos besos retumban por el aire… su fortaleza me impresiona.
Me acerco a ella y huele a jazmín, está muy arregladita, siempre ha sido así, se pone muy bonita para barrer el frente y darles los buenos días a sus vecinas.
Por cierto al asomarse la Sra. Carmen “la costurera”, le digo que le voy a mandar el domingo, unos pantalones para que me les alargue el ruedo. Me despido de ella, pensando cuantos pantalones habrá remendado esta señora.
Me llevo la vianda con mi almuerzo, amorosamente preparado por las arrugadas manos de mi madre… y un “Dios te Bendiga” acompañado del “cuídate mijo”, es la despedida hasta las 8 de la noche, cuando de regreso vuelva a pedirle mi bendición nocturna.
Me consigo con Aquilino, es el inventor de cuentos de nuestra barriada, todas sus historias son tan mentiras, que a veces me pregunto si de verdad él existe; Aquilino tiene un kiosquito abajo, en la entrada de nuestro barrio, el cual es, además de el lugar de parada de cientos de vecinos que esperan entre sueños y bostezos a que pase el autobús, un lugar de ventas de periódicos, suplementos, playboys y “quinticos” de la lotería.
Ya formamos una procesión, cientos de vecinos nos acompañan, muchos todavía bostezan medio dormidos; a mi lado pasa el joven Manuel, las malas lenguas dicen que es de izquierda, “ñángara” y que también que fue guerrillero, a su lado va la hermana, siempre con una carita de profunda tristeza y un abultado vientre que le falta poco para reventar; sé por los escándalos nocturnos que su madre es alcohólica y que ella va a formar parte de la infinidad de “niñas-madres-solteras”.
Pensativo me voy enlentando, y mis hijos apurándome, me recuerdan que empieza a hacerse tarde.
¡Cuidado! Gritan, y por instinto nos hacemos a un lado, es el manco Manuel le dicen “punto y coma”, casi nos atropella, como explicación y disculpa nos saluda y me comenta, saltando las escaleras, que se le “ha hecho tarde y debe estar en el Metro para retirar su efectivo” (en otras palabras vive del “martilleo”).
Antes de llegar al final de la cuesta, me detengo para pedir la bendición y dar sendos besos a dos personas que quiero mucho:
Una es mi maestra Aleja, aunque es solo un poquito mayor que yo, fue la que me enseñó a leer y escribir.
Hace ya algunos años la única escuelita (Kínder) del barrio la tenía su mamá la Sra. Rosa, allí recibimos las primera letras casi siempre acompañadas de unas cuantas palmadas en el trasero, y un hermoso abrazo de salida.
La otra es Elba, hija del Sr. Domingo “el Latonero” y hermana del “ciego” Simón, por cierto, este es el pintor de nuestra comunidad, muchas casas tienen colgados en sus paredes cuadritos pequeños, bonitos y baratos, realizados por él.
En cuanto a Elba, es la curandera del barrio, todos nos hemos recetado con ella y no importa si es un dolor de estomago, fiebre, mal de ojos, culebrillas o mal de amores; siempre tiene una cura para todo.
Después de estos hermosos besos, llegamos al final de la escalera.
Son la seis de la mañana… y nuestra calle principal, nos recibe llena de personas que toman autobuses, camioneticas y motos para esparcirse llenas de esperanzas por toda la ciudad.
¡Dios bendiga a todos, y los cuide en su retorno!
S.Oliveira
2010.09
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